El arte es lo más parecido a la vida; es una manera de ampliar nuestra experiencia y extender el contacto con el prójimo más allá de los límites de nuestro ámbito personal.

James Woods

¿Tienen arte y sociedad algo que decirse?

«Arte, ¿para qué?», leí. Mientras un alumno alicantino sacaba un 10 en bachillerato y 14 sobre 14 y decía que no pensaba estudiar ninguna carrera científica, otro preguntaba en Twitter: «Arte, ¿para qué?». Me sonó a vida de usar y tirar. Puede que una cosa y otra nada tuvieran que ver, pero cerraron un círculo en mi cabeza.

Y ya lo adelanto: solo porque hay que responder a esta pregunta lo necesitamos. No hay arte suficiente en el mundo si todavía hay quienes, pretendiendo una sociedad mejor y mejores relaciones no solo con los demás, sino con la propia estructura en la que viven y consigo mismos, hacen ese tipo de preguntas.

«#Arte, ¿para qué?» No hay arte suficiente en el mundo si todavía hay quienes hacen ese tipo de preguntas. Un artículo de @marianRGK que cuestiona la #sociedad que estamos forjando. Clic para tuitear

Arte y sociedad: dos entes paralelos

Siglo XXI. Nunca antes hemos tenido tantos recursos ni tanta capacidad económica. Nunca antes el planeta y nosotros con él hemos tenido tanto riesgo de desaparecer y de la forma más simple. Con Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Copérnico, Galileo, Kepler, hace ya cinco siglos largos, empezamos a concebir la posibilidad de un mundo que sabría combinar sabiamente ciencia y arte. Creímos en la utopía. El ser humano se hizo grande.

Andando el tiempo descubrimos que esa grandeza queda en entredicho. Hemos dado a luz una sociedad con un grado notable de esquizofrenia colectiva: por un lado, la lucha por la vida, la competencia y el crecimiento desaforado; por otro, el descubrimiento de aquello que nos gusta, la experiencia de lo bello, la creatividad.

Razón, ética, creatividad: una suma pendiente

Efectivamente: de una parte, las guerras, los suicidios, el hambre; de otra, el deseo íntimo de ser felices, de ir a más, de expresar lo que tenemos por dentro. Del lado de aquí, la oferta y la demanda, los beneficios, los likes, la inteligencia artificial. Del lado de allá, el goce, la expansión del corazón, la ética, la humanidad.

A estas alturas de curso, no hemos sido capaces de sumar uno y otro bloque o de hacer una anexión que fuera ventajosa en algún sentido. Seguimos pensando llevados de otras manos, las de la inercia, y sentimos igual: a un pensamiento le sigue un sentimiento en sintonía y en consecuencia. Es el arte el que nos saca. Pero nos saca si aún queda algo despierto, virgen, en nosotros. Alguna inquietud, intriga, motivación.

Arte, ¿para qué?

Fuimos abandonando religiones cuando supimos ver que el fundamentalismo nos absorbía para fagocitarnos. Y fueron ganando el racionalismo, la hipercivilización. Poco a poco y como fatal consecuencia, vemos en el otro solo el fulgor, la máscara, la pátina de lo superficial. Toma el lugar de la vida auténtica, la única cierta. La suplanta. Eslóganes y frases cortas recortan a su vez nuestra inteligencia y con ella la capacidad de profundizar y asumir compromisos más fuertes. Acabamos viviendo embotados y preguntando «arte, ¿para qué?».

O le vamos poniendo freno a esto o se nos lleva por delante. La mediocridad campa a sus anchas en el desierto de la banalidad. Esa «alma bella», de Karel Kosik, que a fuerza de no comprometerse nunca pierde, es el no comprometido, el no implicado, el que se permite, sin embargo, criticar a los demás. Es quien cuestiona todo sin ofrecer alternativas de nada.

Más ideal que real

Ese buen tono que tiene hablar de la sostenibilidad del planeta, la igualdad de oportunidades o el respeto por las minorías no deja de ser una realidad más utópica que real. El otro nos sigue siendo ajeno. Como mucho, lo toleramos; pero no admitimos sus contradicciones. No hemos pasado a considerar que tolerar es una decisión y que debe ser consciente.

Pero el caso es que nada que no contenga a un otro próximo nos hace felices. Despreciar lo que tengas para contarme y escucharte, despreciar lo que yo tenga para contarte y me escuches; prescindir de lo que unos y otros tengamos para contarnos y nos escuchemos; ningunear lo que generaciones y generaciones nos legaron como náufragos que echaron sus mensajes al mar del arte es un adiós a lo que nos resta como humanos.

Arte: espiritualidad laica

Tenemos una salvaguarda: la imaginación, la expresión de lo íntimo, la experiencia de lo bello. Sucede a condición de detenernos, de observar el detalle y soltar la necesidad de ocultar. Proteger la verdad y que no se siga devaluando implica rodearla, darle formas artísticas que la señalen sin deformarla. Que nadie nos apremie con qué debe gustarnos y qué no, libres de prejuicios, de formas acotadas que pretenden no solo señalar caminos, sino delimitar rutas; y, peor aún, estigmatizar a quienes no las siguen.

El arte es una forma de espiritualidad laica: conecta con lo íntimo, con lo profundo del ser humano, con ese lugar que revela más verdad que cualquier otra verdad que pueda ser dicha. Se vuelve urgente el ojo de Chéjov para capturar los detalles, para mirar traspasando la mirada rutinaria y extractar qué se narra, lo que revela la magia.

El #arte es una forma de espiritualidad laica: conecta con lo íntimo, con lo profundo del ser humano. @marianRGK. #Creatividad #Humanismo. Clic para tuitear

Elevar el instante a categoría de arte

Lydia Davis, en su relato «Cuestiones gramaticales», pone en boca de la narradora un conflicto: su padre se está muriendo. ¿Cuál es el tiempo verbal idóneo para referirse a él? No es pasado y, sin embargo, en ese presente paterno la actividad es nula. La narradora repara en un detalle y resuelve:

En la oración «él se está muriendo», las palabras él se está más el gerundio sugieren que él participa activamente de algo. Pero él no se está muriendo activamente. […] Se empeña en respirar, aunque quizá no le quepa otra elección. «Ya no come» también sugiere actividad. Pero no depende de su elección. No es consciente de que no come. Pero «no come» parece más correcto para referirse a él que «se está muriendo», por la negación. «No come» parece más correcto en este momento porque es como si todavía rechazara algo y por eso arrugara la frente.

Amor y creatividad en el arte

El chico de las notas superlativas no quiere estudiar una carrera científica. Ese, si acaso, era el sueño que su padre albergaba para él. El estudiante quiere estudiar Dramaturgia en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid (RESAD). Tomo esto de la noticia que publicó El País haciéndose eco de esa curiosidad que más de uno habrá tildado como excentricidad de un joven desconectado:

«Mi mayor sueño es estrenar un musical en la Gran Vía de Madrid». «Creo que se le debería dar más importancia al arte, intentamos ir a los rincones más recónditos del espacio cuando de lo que menos sabemos es de lo que llevamos dentro».

Necesitamos el arte para salvaguardar la vida; desconectar de la realidad para aproximarnos a ella.

Necesitamos el #arte para salvaguardar la vida; desconectar de la realidad para aproximarnos a ella. Y que cada vez menos gente tenga que preguntarse «arte, ¿para qué?». @marianRGK Clic para tuitear

Espero que el chico haya conseguido superar la segunda prueba de acceso al centro. Que cada vez menos gente tenga que preguntarse «arte, ¿para qué?».

 

Un artículo de Marian Ruiz Garrido

Portada de David de la Torre a partir de una foto de Candice Seplow en Unsplash