En 1895 Óscar Wilde (1854-1900) emprendió una demanda por difamación en contra del marqués de Queensberry, padre de su joven amante, lord Alfred Douglas. El marqués, con la intención declarada de «salvar» a su hijo, había dejado en el club Albemarle, que Wilde frecuentaba, una tarjeta con las siguientes palabras (incorrección ortográfica incluida): «For Oscar Wilde posing somdomite» («Para Óscar Wilde, que alardea de somdomita»).

A este primer juicio seguirán pronto otros dos, pero esta vez demandante y demandado se intercambiarán los papeles y Óscar Wilde acabará convicto de indecencia grave y condenado a dos años de trabajos forzados. Tanto el proceso como su encarcelamiento minarán la salud y la autoestima de Wilde, que morirá arruinado dos años después de salir de la cárcel, en Francia. A su adversario debemos también las normas del boxeo moderno, que se conocen actualmente como reglas de Queensberry.

Los autos de los tres juicios, recortes de prensa de la época, notas y cartas de los protagonistas sirvieron a Moisés Kaufman (Caracas, 1963) para reconstruir aquellos procesos y, con ello, el declive del genio irlandés y la batalla desigual entre un esteta y un bruto, todo ello sobre un fondo de hipocresía victoriana.

Tal y como el mismo Wilde afirmó, «la naturaleza imita al arte». Así, Kaufman crea a partir de este material una pieza de indudable interés historiográfico y artístico. Teatro, en suma, que presenta la realidad desgajada en sus partes significativas para crear un discurso bello y próximo al documental cinematográfico.

Óscar Wilde y lord Alfred Douglas

Óscar Wilde y lord Alfred Douglas

Hay en Gross Indencency: The Three Trials of Oscar Wilde (1995) una sucesión de secuencias, en distintos lugares, en distintos momentos, con los mismos o diferentes personajes, que se hilan por corte directo. Este recurso, tan cinematográfico, no sería especialmente destacable si no fuera realmente el fundamento arquitectónico de la obra, que se construye de modo dialéctico. Las transiciones nos llevan en apenas unos segundos de la sala de juicios a la casa de Wilde, de la cárcel de Reading a las calles de Londres, de un plató de televisión al club Albemarle. Y todo con un cambio de luces, unas cajas que mudan de sitio, unas proyecciones sobre la escena, y diez actores que adoptan distintos papeles y funciones, que crean la propia escenografía, que imprimen a la obra un ritmo vivo.

Gabriel Olivares dirige el montaje. Como Kaufman, no tiene reparo en detenerse en los aspectos forenses de la trama para dibujar a través de ellos la personalidad de Wilde, su inicial ingenuidad, y la ferocidad de la sociedad moralista a la que se enfrentó. Así, asistimos asombrados a un combate de boxeo con púgiles que presentan armas desiguales. Pero, sobre todo, asistimos a un debate dialéctico en el que la norma está clara: si el abogado Edward Carson logra demostrar que Wilde es sodomita, el escritor será condenado. Para ello, Carson empleará todo el arsenal disponible para un indagador de la moral y las buenas costumbres: cartas privadas, chantajeadores profesionales y, lo que es más interesante, una lectura inquisitorial de la literatura de Wilde. Por eso el proceso se torna pronto en un juicio sobre la libertad del arte. Por eso el esteta, confiado en la potencia de su capacidad irónica y en su inteligencia, se enfrenta a una purga a machamartillo que acabará por desnudarlo.

Hay un momento inicial en que Wilde cree estar paseando triunfalmente ante su difamador, y parece más interesado en defender la libertad y amoralidad del arte que en negar la relación especial que le une a algunos jóvenes, a la manera de los sabios griegos. El príncipe de los estetas, amigo de simbolistas y decadentistas, aduce explícitamente el ejemplo de Platón… Es entonces cuando cae en la cuenta de que ha medido mal sus fuerzas, de que no conoce la naturaleza del poder represivo al que se enfrenta. Sin embargo, Wilde estaba al corriente de los procesos que se habían llevado en Francia en contra de Flaubert y de Baudelaire también por razones morales.

La demanda se tuerce. Sus respuestas en el primer juicio serán utilizadas posteriormente en su contra. Hay también, por tanto, la crónica de la caída del genio de Wilde, el desvanecimiento progresivo de la seguridad del dandi convencido en que iba a poner a los moralistas victorianos en su sitio.

David de Gea y Javier Martín en Gross Indecency

David de Gea y Javier Martín en Gross Indecency

Javier Martín encarna al escritor y lleva a cabo esta transformación. No es la única interpretación destacable. El resto del elenco está a la misma altura, pues lo que brilla es el conjunto. Eduard Alejandre da vida al marqués de Queensberry; David de Gea encarna a lord Alfred Douglas (y, además, junto al director, adapta el texto); Guillermo Sanjuán interpreta al abogado Edward Carson… Hasta diez actores que dan vida a varios personajes cada uno, y crean sin parar un cuadro armónico tras otro sobre la escena.

Hay un recorrido exhaustivo por el proceso, pero también por sus implicaciones posteriores. La huida a Francia, el día que se supo la condena de Wilde, de muchos caballeros en la misma situación. Incluso la interpretación, muy posterior, de Michel Foucault: los griegos no eran conscientes de su homosexualidad, los victorianos tampoco. Wilde, por tanto, se vuelve un símbolo de la lucha de los derechos de los homosexuales sin él saberlo. Solamente fue víctima. En tiempos victorianos, no existe la homosexualidad, pero sí la sodomía. Ningún concepto describe a un grupo humano. Solo hay la denominación de la práctica. El grupo se singulariza por la presión de la sociedad, que lo expulsa de su seno.

Sin duda Gross indecency, de Teatro Lab y El Reló es uno de los montajes más interesantes que pueden verse actualmente en Madrid. Bravo por la dirección y adaptación de Gabriel Olivares. De momento, estará hasta el 8 de octubre en el Teatro Fernán Gómez.

Teatro arriesgado e inteligente. No dejen de ir a verla. Lo van a agradecer.

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Gross indecency. Los tres juicios a Óscar Wilde

Autor: Moisés Kaufman

Adaptación: Gabriel Olivares y David De Gea

Dirección: Gabriel Olivares

Intérpretes: Javier Martín, David de Gea, Eduard Alejandre, César Camino, Alex Cuevas, Guillermo San Juan, David García Palencia, Andrés Acevedo, Asier Iturriaga, Alejandro Pantany y Carmen Flores Sandoval

Ayudante de dirección: Venci Kostov

Producción: Gaspar Soria

Escenografía y vestuario: Felipe de Lima

Iluminación: Carlos Alzueta

Espacio sonoro: Ricardo Rey

Asesor de movimiento escénico: Diana Bernedo

Ayudantes de escenografía y vestuario: Marta Guedán y Mario Pinilla

Construcción de decorado: Artefacto

Construcción de vestuario: Gabriel Besa

Ambientación: María Calderón

Fotos Ensayos: Nacho Peña

Distribución: Iñaki Díez

Una producción de TeatroLab y El Reló

Gross Indecency. Los tres juicios a Óscar Wilde. Reseña teatral de Alfonso Vázquez