Vida después del suicidio, de Xavier Alcover, es una forma de luchar contra los fantasmas del suicidio y la culpa, y de conjurar el dolor.

Llenar páginas en blanco
Solo para no verlo todo negro.

Ese creo que es el objetivo de Vida después del suicidio: sacar con las palabras, negro sobre blanco, todo el dolor acumulado, toda la rabia, toda la incomprensión. Escribir un libro que redima de la culpa y permita sacar de dentro esa bola de angustia que ahoga y paraliza. Verter sobre la página en blanco toda la negrura que ensombrece el alma y aniquila la alegría.

Hay algo que debe de ser inevitable cuando alguien cercano, un ser querido, se suicida, y es el buscar culpables o culparse uno mismo. No hace mucho lo he vivido con unos familiares y he visto a padres y hermanos desmadejados ante el terrible y, para ellos, incomprensible suicidio del hijo y hermano. Se suceden el dolor, la ira contra el suicida, la comprensión, la aceptación, la rabia, la desesperación por no poder regresarlo y siempre, siempre esos por qué que no encuentran respuesta.

Vida después del suicidio, de @XavierAlcover, es una forma de luchar contra los fantasmas del suicidio y la culpa y una forma de conjurar el dolor. @TerraIgnotaEdic. #Reseña de @RosaBerros. Clic para tuitear

A Xavier Alcover se le suicidó un amigo de la infancia en 2012 y puedo imaginar que ante esa desesperación de no poder regresarlo («volverás a mi huerto y a mi higuera»), decidió dedicarle un libro, un libro que no es biográfico, que no trata de Manolo, su amigo «que en los últimos años decidió llamarse Alex, que no vio un futuro más allá de su última estación y que en un segundo decidió dejarse arrastrar por el último tren que no cogió tras una lucha abominable consigo mismo, con su presente y con su pasado».

Vida después del suicidio trata de un personaje inventado, Lucas Campo de Pablo, quien, después de morir, se ve todavía vivo, planeando sin cuerpo, pero con dos alas negras, sobre el Mundo Claroscuro, sin actividad cerebral, pero siendo consciente de los lugares que recorre: su ciudad, sus calles, su casa. Contempla a sus padres y, viendo su sufrimiento, el que él les ha causado, siente odio y rabia hacia sí mismo. Y mucha culpa. Esos sentimientos negativos le sacan del Mundo Claroscuro para precipitarlo en el Mundo Oscuro, en el infierno. Pero de allí vuelve a ser expulsado porque aún mantiene luz en su pecho. Allí no puede entrar nadie que aún alumbre por poco que sea. Asusta a los recién llegados, a los que ya no tienen ninguna luz que ofrecer y merecen estar en la oscuridad. Él conserva una débil luz que le sale del pecho y que le permite regresar a compartir su culpa y puede que su arrepentimiento con los que lo amaron.

De manera que Lucas vuelve al Mundo Claroscuro y a visitar a los que ama. A sus padres, pero también a su novia, Lorena, y a su mejor amigo, Sergio. En su casa, ante sus cosas cotidianas, ante el dolor de su madre, ante las fotos del niño que fue, sonriendo en medio de sus padres, la desesperación por no poder deshacer lo hecho se apodera de él «Mamá, ¡soy Lucas! No quiero irme de aquí. ¡Esta es mi casa! Mamá, escúchame. ¡Todavía existo! No llores…» Lucas se pretende tan vivo, como vivo lo desean los que le han perdido, como vivo desearía Xavi, recuperar a Manolo. Como vivo los padres y hermanos de los que hablaba al principio, desearían volver a ver a su hijo y hermano.

Pero en Vida después del suicidio Lucas no es el único personaje de los mundos de más allá. Se encontrará con Carla, la chica que le gustaba a los trece años y que murió atropellada en la adolescencia. Carla ahora tiene dos alas blancas y le transmite la esperanza de dejar el Mundo Claroscuro para alcanzar la plena luz de la Paz Eterna. Una plena luz de una Paz Eterna que, creo adivinar, poco tiene que ver con el cielo que nos promete la Iglesia.

Y también está Evaristo, un viejo, también con alas negras y del Mundo Claroscuro, otro suicida que trata de convencerle de que no están muertos. No por haberse librado del cuerpo han de convertirse en muertos. «Vamos, mírate… Queríamos acabar con nuestras vidas y, sin embargo, no lo hemos conseguido, pues seguimos aquí, ¿no te das cuenta? Hemos vencido a la muerte». Es él quien le dice que, para llegar a esa Paz Eterna, deben dejar de culparse, pero ¿cómo hacerlo cuando se ha causado tanto dolor?

Una de las preguntas que atenaza a los familiares de los que se han suicidado es cómo su ser querido ha podido irse sabiendo el dolor que dejaba tras de sí. Me decía una amiga no hace mucho que si su hermano hubiera sabido cómo se iba a destrozar la vida de toda la familia jamás lo hubiera hecho. Siempre he pensado que una persona que ha decidido poner fin a su vida tiene derecho a ello. Lo sigo pensando. También he pensado que el egoísmo está más bien en los familiares que pretenden que siga en este mundo en contra de su propia voluntad y, muchas veces, con gran sufrimiento. Ahora no lo tengo tan claro. He visto tanto dolor, he visto cómo cinco vidas (por hablar solo de lo que yo he visto; padres y hermanos, pero también está la mujer, las dos hijas) se venían abajo como un castillo de naipes golpeado por un viento fatal, que no puedo tener claro que el derecho al suicidio dependa solo del que lo practica. No es su vida la única que se termina.

Descubrimos que Lucas tenía un buen motivo para suicidarse. Él mismo nos lo revelará y creo que es la parte más novelesca de todo el libro. No creo que esa fuera la causa del suicidio de Manolo; es una causa, como digo, demasiado literaria (aunque ya sabemos que la vida, puesta a ser literaria, no tiene rival), pero en la necesidad insoslayable de encontrar motivos a lo incomprensible, cualquier coartada de la imaginación puede ser válida, y Xavi le otorga a Lucas un motivo de los buenos, de los que no dejan otro camino, de los que redimen al suicida, porque a veces el fin sí justifica los medios.

Me ha gustado mucho Vida después del suicidio. Me ha conmovido. Puede que mis circunstancias personales frente al tema hayan ayudado, pero creo que es un libro conmovedor en cualquier circunstancia y muy poético. Tanto, que termina con unas cuantas poemas atribuidas al propio Lucas. Son poemas sobre la muerte y, a mí, que la poesía no me atrae mucho, me han parecido preciosos. Un tira y afloja entre la aceptación y el rechazo de algo tan inevitable, pero que causa tanto pavor como es ese final desconocido del que nadie ha vuelto para contarnos en qué consiste.

Me ha gustado mucho Vida después del suicidio. Me ha conmovido. @XavierAlcover ha escrito un libro que redime de la culpa y permite sacar de dentro esa bola de angustia que ahoga y paraliza. @TerraIgnotaEdic. #Reseña de @RosaBerros. Clic para tuitear

XXV
Un antídoto contra el temor.
Es el propósito de este libro.
Un antídoto contra la muerte
Quizá sería lo mejor.

 

XXVI
¿De verdad te gustaría ser inmortal?
¿Vivir para siempre?
Si me aseguran tal destino
Os aseguro que prefiero el suicidio.

Y para terminar, fogonazos de recuerdos, estos sí, de Xavi y Manolo, un ramillete de recuerdos de los niños y adolescentes y jóvenes que fueron. Manolo se quedó para siempre en la juventud, Xavi tendrá que envejecer echando de menos a su joven amigo.

¿Te acuerdas cuando, al salir de clase, entrábamos en el súper y… comíamos donuts de chocolate?
¡Sí, he omitido la palabra comprar!
¿Te acuerdas cuando desayunábamos y te ponías medio pote de mermelada en una sola tostada?
¡Cada mañana hago lo mismo y me acuerdo de ti!
¿Y te acuerdas que por nada siempre nos reíamos sin parar?
¡Muchas veces imitando a los profesores del cole, pero muchas otras, sin razón alguna!

 

Vida después del suicidio, Xavier Alcover. Un libro para conjurar el dolor 1

 

 

 

Vida después del suicidio

Xavier Alcover

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Reseña de Rosa Berros Canuria

Portada de la reseña: David de la Torre