He leído a Whitman, por fin. A mi edad. Nunca es tarde si la desdicha vuela. O algo así decía el dicho. La edición que he leído de su gran obra es la que en 1998 publicó la editorial Alba utilizando la traducción previa de Ediciones 29 (ignoro quién la llevó a cabo).

Hojas de hierba impresiona por ser una obra excesiva, de pretensiones universales, eternas, humana en el pleno sentido de la palabra humana. Demasiado humana. No necesito presentártela: me limitaré a tratar de explicar lo que he leído cuando la he leído. Lo que he podido sentir cuando la he sentido.

Comienzo.

Hojas de Hierba impresiona por ser una obra excesiva, de pretensiones universales, eternas, humana en el pleno sentido de la palabra humana. @ibanezsalas cuenta su experiencia al leer la obra del gran #WaltWhitman #poesía. Share on X

Serenamente plantado ante la Naturaleza

Su primer libro, el titulado ‹Dedicatorias› (poesías escritas entre 1860 y 1881), contiene ya de entrada un poema que me encandiló por razones obvias pues está dedicado «A UN HISTORIADOR». Lo reproduzco completo. No lo volveré a hacer (a penas) más.

Tú, que veneras el pasado,

que has explorado lo externo, las superficies raciales, la vida que se ha expuesto;

que has hablado del hombre como criatura política, gregaria, gobernante y sacerdotal,

en poco te pareces a mí, poblador de los Allegheny, que trato de él como es en sí mismo de acuerdo a sus derechos naturales.

Yo tomo el pulso a la vida que rara vez se ha manifestado (al gran orgullo del hombre en sí).

Cantor de la personalidad, esbozo lo que aún no es

y proyecto la historia del futuro.

Otro poema de ‹Dedicatorias› donde empecé a apreciar profundamente los versos del estadounidense es «Eidolones» (título traducido asimismo en la edición que leí como «Imágenes»), donde «todo espacio, todo tiempo» es «siempre la permanente vida de la vida […] impulsando al presente hacia el infinito futuro», donde «todo tu cuerpo permanente» y todas las canciones «emanan de todo».

Con el resto de las breves ‹Dedicatorias› yo sería capaz de componer este poema hecho de versos suyos:

    Construyo el presente sobre el pasado,

casi prefiero detenerme y vagar para siempre:

recuerda, no temas, sé franco, proclama el cuerpo y el alma,

sé copioso, compuesto, casto, magnético;

yo, serenamente plantado ante la Naturaleza.

Walt Whitman fue el poeta que oía cantar a América, el poeta que él mismo cantaba al patriotismo y al «latente derecho a la insurrección», ese «fuego inextinguible e indispensable». El poeta cuyas palabras no son nada, pero sí el fluir de ellas, que lo es todo. El poeta que espera de los poetas del futuro «lo más importante» y le dedica al lector que palpita «de vida, orgullo y amor» los cantos de este libro.

#WaltWhitman fue el poeta que espera de los poetas del futuro «lo más importante» y le dedica al lector que palpita «de vida, orgullo y amor» los cantos de este libro. Dedicatorias. Hojas de hierba. @ibanezsalas. Share on X

Perfectos milagros

En el segundo libro de Hojas de hierba, el titulado ‹Al partir de Paumanok› (poemas también escritos entre 1860 y 1881), el escritor estadounidense nos impele a mirar «proyectarse en el tiempo para mí una audiencia infinita».

Whitman penetró en los imponentes tiempos pasados, algo que merece su reconocimiento:

«Sí: he aquí a mi amante, el alma».

Él, que hará de su propio cuerpo mortal poesía para abastecerse «de los poemas de mi alma y de mi inmortalidad». Él que será el poeta de los camaradas: aquél que canta a la religión más grande, la magnífica religión de América y su grandeza, a la democracia y al amor, también grandes.

América, religión, democracia y amor.

Mostraré que nada de lo que suceda será más maravilloso que la muerte […]

y que todas las cosas del universo constituyen perfectos milagros, todos de los profundos.

Cantará al alma, sí, a la totalidad, al universo, no a sus partes:

¡Aquí estoy para ti! ¡Aquí para América!

Continúo enalteciendo el presente.

«¡Aquí estoy para ti! ¡Aquí para América!/Continúo enalteciendo el presente». Hojas de hierba y #WaltWhitman a través de las #lecturas de @ibanezsalas. Share on X

En efecto, Whitman continúa anunciando «un futuro grato y sublime» y reconociendo el aire del pasado que contiene el de «rojos aborígenes».

Poemas de los inmigrantes, de barcos a vapor, de los animales, de «ciudades sólidas», de locomotoras, mineros, fábricas… Siempre «hacia adelante».

Una hormiga es perfecta

Las 52 poesías de Canto de mí mismo (el de mayor calado y extensión de la monumentaloide Hojas de hierba) fueron escritos entre 1855 y 1881. Desde el «me festejo y me canto» inicial hasta el «si no aciertas a dar conmigo pronto, no te desanimes» final:

En cierto lugar me detengo a esperarte.

Mientras:

Clara y dulce es mi alma y claro y dulce es todo cuanto no es mi alma.

Este poeta de humanidad rebosante que he leído se piensa «sabedor de la perfecta armonía y ecuanimidad de las cosas», y yo me considero capaz de hilar este poema de su ‹Canto de mí mismo›:

Mi yo mismo

atestigua y espera.

[Yo] creo en ti, alma mía

y sé que la mano de Dios es mi propia promesa

y que todos los hombres que han existido son también mis hermanos.

En realidad, la muerte no existe.

Soy el que acaricia la vida siempre cambiante,

adoro la vida de cuanto crece al aire libre,

todo lo despilfarro libremente y siempre.

Las estaciones se suceden,

la ciudad duerme y duerme el campo,

los vivos duermen sus horas y los muertos duermen sus horas.

Soy maternal y paternal a la vez; niño tanto como hombre,

no soy intolerante, aunque ocupo mi lugar:

al fin y al cabo, ¿qué es un hombre? ¿Qué soy yo? ¿Qué eres tú?

En todas las personas me veo a mí mismo.

Sé que soy inmortal.

Soy el poeta del cuerpo y soy el poeta del alma.

Soy el poeta de la mujer como el del hombre.

Whitman, que le dice a la Tierra: «sonríe, que llega tu amante»; Whitman, que le escribe al mar: «¡tú, mar! También a ti me entrego. Sé lo que quieres decir». Whitman, que no es únicamente el poeta de lo bueno:

Yo soy aquel que afirma la comprensión.

Lo real. Para él, el tiempo es una «maravilla mística» que lo completa todo. Acepta «el tiempo de manera absoluta», como acepta la realidad y no osa «ponerla en entredicho, el materialismo la penetra de principio a fin». Porque ha sido capaz de entender que «todas las verdades esperan en todas las cosas».

Puedo tejer con otros de los poderosos versos de ‹Canto de mí mismo› una segunda poesía que te haga sentir, lector, plenamente la fuerza incontenible de lo que escribiera el estadounidense. Un autorretrato, este:

Walt Whitman, cosmos, de Mahattan hijo, turbulento, carnal, sensual, glotón, procurador.

Quien quiera que degrade a alguien a mí me degrada.

A través mío, las voces prohibidas.

Estoy enamorado de mí mismo.

Cada momento, suceda lo que suceda, me excita y alegra.

Lo insignificante es para mí tan grande como cualquier otra cosa.

Pura vida.

Pero si hay un poema que produzca una enorme congoja de belleza elemental, ese es el numerado como 31 de este ‹Canto de mí mismo› que reproduzco completo (eso sí, en la traducción que hiciera el poeta español León Felipe):

Creo que una hoja de hierba no es menos

que el día de trabajo de las estrellas,

y que una hormiga es perfecta,

y un grano de arena

y el huevo del régulo

son igualmente perfectos,

y que la rana es una obra maestra,

digna de los señalados,

y que la zarzamora podría adornar,

los salones del paraíso,

y que la articulación más pequeña de mi mano,

avergüenza a las máquinas,

y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha,

supera todas las estatuas,

y que un ratón es milagro suficiente,

como para hacer dudar,

a seis trillones de infieles.

Descubro que en mí

se incorporaron el gneis y el carbón,

el musgo de largos filamentos, frutas, granos y raíces.

Que estoy estucado totalmente

con los cuadrúpedos y los pájaros,

que hubo motivos para lo que he dejado allá lejos

y que puedo hacerlo volver atrás,

y hacia mí, cuando quiera.

Es vano acelerar la vergüenza,

es vano que las plutónicas rocas

me envíen su calor al acercarme,

es vano que el mastodonte se retrase

y se oculte detrás del polvo de sus huesos,

es vano que se alejen los objetos muchas leguas

y asuman formas multitudinales,

es vano que el océano esculpa calaveras

y se oculten en ellas los monstruos marinos,

es vano que el aguilucho

use de morada el cielo,

es vano que la serpiente se deslice

entre lianas y troncos,

es vano que el reno huya

refugiándose en lo recóndito del bosque,

es vano que las morsas se dirijan al norte al Labrador.

Yo les sigo velozmente, yo asciendo hasta el nido

en la fisura del peñasco.

Poeta creador, poesía creadora, versos de los que surge el mundo porque en ellos reposa y se retuerce y palpita el mundo:

Por vida mía que ya me estoy transformando en creador:

Aquí y ahora me coloco en el emboscado útero de las sombras.

Whitman reconoce a sus iguales: «el más débil y tonto es tan inmortal como yo». Cuanto dice y hace «tendrá el mismo destino que lo de ellos» y cada pensamiento que a él llega arrebatado a ellos «les salta por igual». Su canto «no contiene palabras de rutina». Su canto se pregunta por aquello que es la razón, el amor y la propia vida. Y su fe es «la mayor de todas y la menor» porque él conoce «el mar del tormento, la duda, la desesperación y el descreimiento». Él, sabedor de que el pasado nos empuja a todos, se despoja de lo conocido cuando estima que es la hora de que sea explicado y nos lanza hacia lo desconocido: «el reloj marca la hora, pero ¿qué es lo que marca la eternidad?»

Todos llenamos nuestro periodo y nuestro lugar, nuestro tiempo, nuestro espacio, y Walt Whitman se sabe fruto de su madre pero guiado por las generaciones:

Ahora en este lugar estoy de pie con mi alma robusta.

Cada cosa es sólo una parte de lo absoluto, «todo es sólo parte».

Whitman, para quien «nada se detiene y nada se detendrá jamás», nos avisa de que nadie recorrerá nuestro camino por nosotros, cuanto necesitemos buscar habremos de buscarlo por nuestra cuenta. Pero no solos. Él dijo que «nada, ni Dios, es superior a uno mismo». También que oyó y contempló a Dios «en todos los objetos», aunque sin entenderlo en absoluto…

Ni entiendo cómo puede haber nadie más encantador que yo.

Vio a Dios «en los rostros de hombres y mujeres» y también en su «propia cara reflejada en el espejo». Ni la muerte ni la mortalidad lograron alarmarle:

En cuanto a ti, vida, advierto que eres la que queda de muchas muertes.

La felicidad «es forma, unión, proyecto. Es vida eterna». El poeta sabe que está en él.

Forma, unión, proyecto. Impresionante.

Regresamos de la mano de Whitman al pasado, una vez más:

El pasado y el presente se agostan. Los he llenado, los he vaciado y me apresto a llenar la próxima etapa del futuro.

Vasto, inmenso, enorme.

Soy vasto, contengo multitudes.

Todo Whitman está ahí en ese contener multitudes suyo. Es indomable e intraducible. Él nos espera.

«Soy vasto, contengo multitudes» Todo Whitman está ahí en ese contener multitudes suyo. Es indomable e intraducible. Él nos espera. Hojas de hierba, lo que ha sentido @ibanezsalas cuando lo ha leído. Share on X

Y…

El último libro de Hojas de hierba lleva por título ‹Hijos de Adan› (1860-1881) y es muy breve.

El delirio místico, es enamoramiento demente, el completo abandono.

Dice él, lo digo yo: «TE CELEBRO».

(Casi) FIN.

Navíos zarpando una y otra vez hacia el pasado

Mientras yo leía a Whitman, se me caían estos versos:

Quisiera yo

que me ocurriese como a Walt

y un adivino me pidiera

versos llenos de imágenes,

fantásticos poemas imaginarios

repletos de paisajes,

emociones, pensamientos,

carreteras solitarias

y estímulos brillantes.

A Whitman, la gente le miraba

a la cara,

le rogaba poesías como animales gozosos,

y él escuchaba a todo el mundo,

miraba hacia un lado

y decidía con qué palabra

esculpir una felicidad de pantano,

les daba a los (demás) humanos algo

de sabiduría de arrabal y rascacielos.

Walt Whitman nos enseñó canciones

para una atlética democracia,

canciones como navíos zarpando

una y otra vez hacia el pasado

en busca de todas las viejas causas,

en busca de lo mejor de nosotros.

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Walt Whitman, autor de Hojas de hierba: la muerte no existe

Hojas de hierba según José Luis Ibáñez Salas

Esta es la edición que ha leído: Editorial Alba, 1998

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José Luis Ibáñez Salas

Director de Anatomía de la Historia

Montaje de la portada de David Verdejo