Las fotografías de la fotógrafa Nan Goldin desconciertan por su capacidad para mostrar la vida cotidiana desde la intimidad. Pero no sólo su belleza: en el crisol de imágenes que forman parte de su larga vida detrás de la cámara, Nan Goldin se empeñó en captar lo bueno y lo malo, lo feo y lo hermoso, lo monstruoso y lo esperanzador de lo cotidiano. Lo hizo con el temple del observador, el silencio respetuoso del testigo, pero también, con la sensibilidad del artista. Entre todas esas cosas, Goldin logró elaborar un lenguaje por completo novedoso para contar quizás el secreto más antiguo de todos: lo que se esconde detrás las máscaras de la realidad. 

Nan Goldin: el Ojo Oscuro de la realidad 1

En una ocasión, Nan Goldin le insistió a un periodista de The Guardian que no era «narcisista ni voyerista», los dos epítetos más comunes que se le suelen dedicar debido a la mirada  — en ocasiones obsesiva —  de la fotógrafa sobre la intimidad propia y ajena. Pero Goldin, que lleva casi la mitad de su vida escudriñando el concepto de lo íntimo, privado y público a través de la fotografía, hay un concepto mucho más complejo y duro de comprender en el mero hecho de la contemplación de la realidad en estado puro. Para la fotógrafa no se trata de una percepción documental sino una concepción de la vida como una serie de escenas de profundo significado que la fotografía capta como un todo casi existencialista.

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«En las fotos hay un esfuerzo por romper las fronteras entre los seres humanos, estar en un entorno íntimo para mirar a los demás de forma profunda. Tampoco soy voyeur, no miro a través de una ventana cerrada. Utilizo una cámara de cerca y las personas pueden cambiar aspectos de esta relación de gran confianza» confesó en la misma entrevista y añadió que desde su óptica, esa relación de intimidad entre el fotógrafo y a quien fotografía es una relación poderosa que nace de manera casi espontánea «Es imposible forzarla. Surge de la relación y participo de sus latidos del corazón. No soy una moda, aunque con mayor reconocimiento me atacan más». Goldin, que ha batallado con la censura más de una vez, también está convencida de que esa ruptura de paradigma la hace avanzar hacia ciertos dolores y traumas sociales que se reflejan en su trabajo casi de manera casual. «El pudor crea el prejuicio».

«El pudor crea el prejuicio». Artículo de @Aglaia_Berlutti dedicado a la #fotógrafa que retrató lo que se esconde detrás de las máscaras de la realidad. #NanGoldin, El Ojo Oscuro, la mirada pasional de la contracultura neoyorkina. Clic para tuitear

Pero ¿qué hace que el trabajo de Nan Goldin tan polémico? ¿Qué provoca reacciones tan encontradas, emocionales y la mayoría de las veces incómodas con respecto a lo que muestra su extenso trabajo fotográfico? Tal vez no haya una respuesta sencilla para eso. Goldin es una artista instintiva y nocturna, que creó sus propias reglas y un estilo fotográfico que prospera al borde de cierta intención fotográfica tradicional. La fotógrafa se hizo de un nombre durante los primeros años de la década de los ochenta, registrando con un ojo pasional y profundamente compasivo su vida y la de sus amigos más cercanos, un grupo disoluto en el incluyó adictos, prostitutas, travestis y toda una sinfonía de lo extraño y lo enigmático de una época de ruptura. Utilizó la fotografía como una fuente inagotable de exploración de lo auténtico y, sobre todo, lo profundamente humano y lo llevó a una dimensión desconocida hasta entonces en la fotografía. Sin quererlo, Nan Goldin redefinió lo que la fotografía podía hacer y lo que podría aspirar a lograr en las décadas siguientes: un espejo en movimiento de la vida cotidiana, pero con una serie de tintes más exploratorios y emocionales por completo novedosos.

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Para Nan Goldin la fotografía es una interpretación de la realidad mucho más compleja que el simple acento subjetivo o el registro espontáneo. Quizás por ese motivo, su serie más conocida La Balada de la Dependencia Sexual sea mucho más que un ensayo sobre la humanidad y la intimidad de quienes le rodeaban, que una mirada fotográfica sobre su entorno. Concebida como una presentación de diapositivas que retrataba a sus amigos más cercanos en momentos incómodos o directamente desagradables, la mirada fotográfica de Goldin la llevó a explorar algo más profundo y emocional: su estudio sobre la subcultura de las drogas duras en el lado más tétrico de Nueva York no sólo resultó ser una impactante reflexión, mucho más que la mera intención de documentación, sino que además creó toda una percepción inédita de la fotografía como recurso expresivo. La obra asombró por su crudeza, pero también por su completa franqueza: no hay nada artificioso en las poderosas escenas de amor, sexo y violencia que la cámara capta. Goldin atravesó una serie de líneas invisibles sobre la intimidad y analizó la vulnerabilidad, el temor y los pequeños dolores existenciales desde una óptica privilegiada y compasiva. Aunque el punto de vista de la fotógrafa es directo, no es por ello destructor o mucho menos crítico. Se trata de un recorrido emocional por cierto tipo de dolor espiritual tan contemporáneo como invisible, que Nan Goldin convirtió en una perdurable obra de arte.

Hay algo mórbido, crudo y en ocasiones temible en la imagen de Goldin: su retrato de la vida común carece de cualquier elemento artificial y se presenta como una sucesión de preguntas sin respuestas. Ninguno de los retratados o las escenas que muestra tienen un objetivo único como construcción visual. Es una mezcla  — una síntesis en ocasiones sin forma ni sentido—  de un sentido único a esa gran cualidad vitalista que define el trabajo de la autora. Una mirada curiosa e invasiva que, sin embargo, no llega a romper el delicado equilibrio entre lo que se muestra  — como hecho visual y estético —  y el mensaje que podría expresar esa obsesión por la cercanía, el poder de la imagen como vehículo de comunicación y la terquedad de Goldin por insistir en un tipo de belleza realista, sucia y en ocasiones grotesca.

#NanGoldin, la #fotógrafa que retrató la vida cotidiana con toda su crudeza y desde una sinceridad exenta de artificios. #NuevaYork #añosochenta #contracultura. @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

Nan Goldin siempre le ha exigido la verdad a la fotografía. Y quizás por eso, no encontró otro recurso más sincero para honrar esa exigencia que contar su propia vida: «La balada es algo que hice para mí, y por qué tomé estas imágenes fue la prueba de lo que viví. Y esto es algo que nadie podrá revisar», escribe en el prólogo de uno de los libros recopilatorios de su obra. Lo hace con la misma sinceridad a toda prueba con que mira la realidad y con la que sin duda, se mira a sí misma. La imagen convertida en una puerta a los lugares más oscuros de la vida y de su propia mente. Un reflejo profundamente significativo de la realidad.

 

Artículo de Aglaia Berlutti