Lo de Emmanuel Carrère es fascinante, consigue hacerme leer biografías de escritores a los que nunca leeré, mientras me ratifico en seguir leyéndole a él. Leí su biografía del peculiar Limónov y ahora acabo de leer la del peculiarísimo Philip K. Dick (titulada Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Un viaje en la mente de Philip K. Dick, originalmente publicada en 1993, por vez primera en español nueve años después y reeditada ahora en nuestro idioma, el año pasado). No sabría decir cuál es mejor. No importa, ambas son ejercicios literarios excelentes. Prodigiosos, diría yo.

Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Un viaje en la mente de #PhilipKDick, de #EmmanuelCarrère, #biografía de #PKD reeditada por @AnagramaEditor. @ibanezsalas: Un ejercicio literario prodigioso. #cifituits. Clic para tuitear

¿«Genio sombrío» o «chiflado pintoresco»? ¿«Rebelde excéntrico» o «iluminado religioso»? ¿Un «oscuro escritor a destajo» con una imaginación «maravillosamente fértil» o un prestigioso escritor de ciencia-ficción con una imaginación «patéticamente alterada»? Tal vez fuera todo eso el estadounidense Philip Kindred Dick, el indudablemente prolífico Philip K. Dick (PKD), una persona que se pasó su vida buscando lo real.

Carrère (quien en su juventud consideraba que «Dick era nuestro Dostoievski, el hombre que lo había entendido todo») escribió este viaje en la mente de Philip K. Dick, cuenta, «para imponerme a mí, y a ustedes, el tiempo de la lectura, esa disciplina mental». Un viaje en el que antes de empezar a recordarlo me gustaría hacer hincapié en el Nixon de este libro singular, en el Nixon de PKD, esa obsesión. Mencionarlo al menos: ahí queda. Luego volveré brevemente sobre él.

El fracaso no es el estigma del genio. PKD «pertenecía a esa categoría de personas que no pasan a otra cosa, que buscan un significado a lo que quizá no lo tiene, una respuesta a algo que ya es temerario considerar una pregunta. Su oficio consistía en imaginar ese tipo de peguntas». En su obra, en su mente, flotará siempre una duda angustiosa que es para volverse loco (y lo fue): ¿y si hubiera quienes se encargaran de reconstruir regularmente la realidad? PKD iba de un lado a otro de esa metarrealidad y decía (dijo, mejor dicho) de sí que «un escritor de ciencia-ficción no tiene derecho a creer en lo que cuenta».

Encantaba a las ideas, las hacía decir lo que quería y, luego, cuando lo habían dicho, les exigía que volvieran a decir lo contrario, y ellas volvían a obedecerle.

Era un extraordinario discutidor: «si los otros compartían su opinión, enseguida la cambiaba».

Biografía de Philip K. Dick por Emmanuel Carrère

PKD, que hacia 1964 decidió ser «un canalla brillante», dado que «había fracaso en su intento de ser un buen tipo», acabó por estar dominado (¿lo estuvo siempre?) por «la certeza de la irrealidad».

Se había hecho fama de extraño, drogota, paranoico y genial. Y él fue todas esas cosas sin tener que hacer el menor esfuerzo.

Lo phildickiano pasó a designar situaciones extrañas: fue «una manera retorcida aunque exacta de ver el mundo» que sirvió de consigna.

Cuando no se dejaba vencer por ese extravío suyo mental, PKD consideraba que una novela «es como un sueño, no tiene nada que ver con la vida». Sabemos que dijo alguna vez tal cosa, y sabemos que al final de su vida no pensaba exactamente así. Todo el tiempo. Para Mario Vargas Llosa, sólo las malas novelas no tienen nada que ver con la realidad.

No obstante, creo que es imposible saber si PKD «cree en lo que inventa» o llega (llegaba) a una revelación a través de sus propias novelas de ciencia-ficción.

De la genialidad de Carrère da buena cuenta esta reflexión suya sobre el oficio del narrador:

A cada instante, millones de acontecimientos suceden o nos suceden; a cada instante las variables se transforman en datos, lo virtual se torna actual, así es como el mundo presenta a cada instante una constitución distinta. Más allá de lo que sea capaz de escribir, un escritor realiza necesariamente este tipo de operación: ya que todo puede suceder, es él quien decide que suceda una cosa y no otra.

Hacia 1973, PKD pareciera someterse a la realidad:

Lo real es simple, eso es todo, compacto y estúpido como una piedra. No hay ningún significado oculto. Necesitamos observar sus repeticiones y extraer de ellas algunas reglas para funcionar en nuestra vida diaria, pero es necesario limitarse a eso, admitir que la mayoría de los hechos acontecen porque sí.

Al final de su vida, se avasalló al gran problema de los historiadores:

   ¿Cómo contar una historia cuyo sentido ignoramos?

¿Es este libro de Carrére una novela? Él mismo dice, escribe, nos hace leer, en alguna ocasión: «si estuviera escribiendo una novela…», que él es tan sólo «un biógrafo», y se niega a extrapolar ante la falta de conocimiento real:

El tiempo transcurrido sin testigos se impregna de una magia casi novelesca.

De manera que, al igual que Carrère, de las dos semanas de marzo de 1972 en que el escritor estadounidense estuvo solo, nada sabemos: «no hay testigos, ni siquiera él».

PKD, «el Cristóbal Colón de los mundos paralelos» (según él mismo) no dejó jamás de ser, y a menudo de saberse, «un paranoico consumado», hasta el final de su vida siguió viendo caballeros donde había molinos de viento, sabiéndose equivocado (o no, depende), «se veía como un Don Quijote del espíritu», como «alguien que no había tenido nunca imaginación», como alguien que «sólo escribía informes»:

Cuando uno está loco, aprende a cerrar el pico.

¿Y si «no era más que el protagonista del sueño de una muerta»? El sueño de su hermana Jane, fallecida al nacer. «O tal vez él estaba muerto y Jane no».

Y música. ¿Qué escuchaba principalmente PKD cuando escuchaba música, una de sus pasiones? En sus últimos años, en el mundo lunático de Philip K. Dick lo que sonaba era el laúd de John Downland y la inconfundible voz de Linda Ronstadt. No a la vez, claro.

Al final, ambos perdieron, Richard M. Nixon y él, la guerra que habían mantenido no tuvo ganador. «El Imperio nunca dejó de existir». Punto final.

 

[Animado por la lectura de Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Un viaje en la mente de Philip K. Dick escribí el cuento «La culpa de todo la tiene Philip K. Dick», publicado en Narrativa Breve, que puedes leer en este ENLACE si te apetece]

 

Pasar al lado de la vida: Philip K. Dick según Emmanuel Carrère

 

 

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José Luis Ibáñez Salas

Director de Anatomía de la Historia