El Lejía se dio cuenta a tiempo de que seguir siendo un yonqui no le iba a llevar a ninguna parte, excepto a seguir atracando estancos, farmacias y gasolineras a punta de pistola; excepto a joder a toda su familia, a sus colegas y hasta a sus vecinos; excepto a chulear a cualquier chavala con poco cerebro y muchas ganas de llevarse un dinero fácil a cambio de ofrecer favores sexuales humillantes.

Así empieza Prohibido fijar cárteles, la nueva novela de Paco Gómez Escribano. Los que seguimos las historias de Canillejas desde los primeros años setenta de la mano del autor hemos visto al barrio nacer, crecer y sufrir muchos cambios, unos para bien y otros para mal; hemos visto formarse, destruirse y convertirse a mucho yonqui. Los protagonistas de esta novela, El Lejía y El Tijeras son de los convertidos. También lo es El Pipo, pero este se convirtió tarde y las secuelas que arrastra están a punto de terminar con él. No es que el Lejía y el Tijeras no tengan secuelas, pero al menos las suyas no son tan inmediatas y despiadadas.

Un chupito y una birra por los magníficos personajes de Prohibido fijar cárteles, de @gomezescribano, @EdMilenio. Volvemos al barrio, volvemos a Canillejas. #NovelaNegra #hardboiled #RecomiendaLeer @RosaBerros. Clic para tuitear

El Lejía decidió poner tierra por medio y se alistó en la Legión. El Tijeras cambió el caballo por el alcohol, cualquier cosa antes de estar sobrio porque «en cuanto estoy sobrio estoy perdido […] El puto alcohol es más lento que el caballo, pero yo, que ya pasé por eso, digo que una vez que eres alcohólico, no hay apenas diferencias. Tienes que beber o lo llevas chungo». Y como un alcohólico que de verdad lo sea no puede trabajar, se dedica a dar palos por encargo para costearse el vicio. El Pipo ingresó en la cárcel hace muchos años y ahora lo van a soltar por razones humanitarias. Lo mandan a morir a casa, no se les vaya a morir en la cárcel y los periódicos lo saquen, porque eso «les quita votos al Gobierno».

Ahora, que El Lejía también ha regresado, se vuelven a encontrar en el barrio, en al bar del Chino. A pesar de los años transcurridos no hay grandes aspavientos en su saludo. Poco más que un «qué hay» o un «hola». Y es que, en el barrio, como nos cuenta el Tijeras que es el narrador de la historia, de tristeza, miseria y tedio tienen de sobra, pero «la efusividad, la alegría y todas las demás mierdas se fueron filtrando lentamente por las rendijas de las alcantarillas». No me puedo resistir a citar las frases tan contundentes como hermosas con las que Paco Gómez Escribano nos habla de su barrio.

El barrio… un barrio de gente de poco fiar (traficantes, mercheros, chorizos) que se gana la vida con oficios más o menos «respetables»; un barrio en el que personas como Matías, un habitual del bar del Chino que toda su vida ha trabajado de albañil, son auténticos personajes (por raros entre otras cosas). Un barrio con edificios viejos, aceras desportilladas, farolas históricas y de luz mortecina. Un barrio lleno de la misma basura de siempre, la que rodeó el nacimiento de todos y entre la que se encuentran y se encontraron en otros tiempos los cadáveres de muchos. Un barrio formado en su mayoría por gente de fuera de Madrid, gente que vino en los años cincuenta y sesenta de rincones de España que ofrecían vidas tan faltas de todo que, para ellas, el barrio con toda su miseria de aquellos tiempos significaba un avance porque les permitía salir de la nada.

El alma del barrio era negra, más negra que cada una de las historias tristes que habían ocurrido, negra como el color de la miseria, pesada como todas y cada una de las partículas de desesperanza que formaban una masa granulosa invisible, pero que se colaba por cada poro de la piel.

Y ese barrio, que puede que no sea el mejor barrio del mundo, pero es el que permitió a sus familias salir adelante y es el único medio ambiente que conocen; ese barrio con sus ratas y su miseria, con sus muertos y su droga; ese barrio, que no es más que el triste agujero en el que han nacido, pero su agujero al fin y al cabo, está siendo invadido por otro tipo de ratas más siniestras y poderosas. El Ruso, que es rumano en realidad y que pone los pelos de punta, se está haciendo con los negocios chungos. Trafica con drogas y presta con usura. Tráfico siempre ha habido, pero lo llevaba gente conocida, vecinos. Usura nunca se conoció, pero la crisis y la necesidad subsiguiente han puesto en sus manos a varios conocidos y amigos que se han visto obligados a pedirle prestado al Ruso. Los intereses se acumulan y si no se paga nada se pone por delante delvrumano que es capaz de matar, torturar y desahuciar a ancianos, mujeres o niños.

El Lejía y el Tijeras se han topado sin querer, más bien sin saberlo, con los hombres del Ruso. Ahora su vida no vale lo que cuesta un truja.

Tío, os van a partir las piernas, y eso como poco. ¿Habéis visto las pelis esas chungas de la mafia? Pues este joputa es peor que todos ellos juntos. Yo estoy acojonao, tío, que le debo pasta y tengo dos días de plazo.

Así es que El Lejía, el Tijeras y el Pipo, con muy poco que perder más allá del tiempo que pensaban matar en el palo corto de la «ele» del Candil bebiendo y fumando, no están dispuestos a que un ruso les monte en el barrio un cártel, y como tienen muy poco que perder e incluso puede que ganen tiempo en ese suicidio programado al que se someten cada día, deciden enfrentarse ellos solos a la banda de rumanos. Siempre he dicho que cuando alguien está dispuesto a perder la vida lo tiene todo ganado y los tres amigos hace mucho que no le tienen demasiado apego a la existencia. De tanto jugársela la dan por amortizada y si es en una buena causa, mejor que mejor..

No voy a dejarte solo. Al fin y al cabo siempre hemos estado juntos en esto de suicidarnos ¿eh? Sonrió. Fue la primera vez que lo hizo a lo largo de la conversación. Era una sonrisa triste, pero llena de orgullo, de dignidad esculpida a cincel. Y en ese momento no tuve ni una puta duda. El pavo ese, ruso, rumano o su puta madre […] se estaba riendo de nosotros en nuestra puta cara.

Y eso sí que no. Porque uno puede ser alcohólico, yonqui o un claro ejemplo de desecho humano, pero de ahí a perder la dignidad, van demasiados pasos para darlos todos de golpe.

El enfrentamiento no parece que pueda terminar bien para los tres amigos, pero quién sabe lo que puede pasar cuando hay tantos factores a tener en cuenta. ¿Quién tiene más miedo a perder? ¿Quién tiene más intereses que defender? ¿Qué intereses son más importantes para sus respectivos defensores?

La última novela de Paco Gómez Escribano, Prohibido fijar cárteles, sigue teniendo al barrio de Canillejas y a sus habitantes como protagonistas absolutos. Hasta el propio Paco (o alguien que se le parece mucho) se pasea por sus calles, se sienta en los bancos de sus parques y en ellos lee sus novelas favoritas, busca tabernas y discute con vagabundos.

Es una declaración de amor al barrio de unos personajes que han vivido tan pegados a él que ya forman parte de sus piedras y sus farolas, que no saben vivir fuera del barrio; personajes raros como El Tijeras a los que les gusta más la tristeza y la fealdad que «todas esas mierdas felices». Le gusta tanto la miseria que cuando lee, lee a Bukowski o a Jim Thompson. Es tan raro El Tijeras que es capaz de declarar «A mí los personajes de Jim Thompson me parecen normales, hasta demasiado descafeinados».

Prohibido fijar cárteles es una declaración de amor al barrio, una historia de honor y dignidad. Y @gomezescribano es su cronista. Una novela que satisfará al más exigente. #RecomiendaLeer: @RosaBerros. Clic para tuitear

Y una que ha leído a Jim Thompson y sabe cómo son sus personajes (fascinantes a la vez que muy inquietantes) piensa que, efectivamente, el Tijeras es un tipo raro de cojones. Sí, el Tijeras es tan raro que cuando el médico le dice que de seguir así se morirá, responde que entonces va por el buen camino. Y es que hace mucho tiempo que el Tijeras sabe que su camino, con más o menos rodeos, lleva directo a la muerte. Como todos, por otra parte.

Ni el Lejía, ni el Tijeras, ni el Pipo tienen mucho que perder más allá de su barrio con sus calles, sus bares y sus parques, por eso están dispuestos a jugárselo todo (lo poco que les queda) antes que permitir que se asienten en él los cárteles de la droga y la usura. Cualquier cosa con tal de fijar, en lo más alto y visible, el cartel en el que todos lean Prohibido fijar cárteles.

 

Prohibido fijar cárteles, de Paco Gómez Escribano 1

 

 

 

Prohibido fijar cárteles

Paco Gómez Escribano

Editorial Milenio

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Reseña de Rosa Berros Canuria

Portada de la reseña: David de la Torre