Para su tercera novela, Un dios ciego, Javier Sagastiberri (Donostia, 1959) vuelve a contar con sus ertzainas más queridas —por él, y por sus numerosos lectores—. La oficial Itziar Elcoro y la suboficial Arantza Rentería, guipuzcoanas ambas y adscritas a la base Central de la Ertzaintza en Erandio, protagonizan esta nueva entrega de una saga que vive momentos de plenitud.

Los británicos, de siempre aficionados a la biografía, denominan quest a un peculiar modo de pergeñarla. Traducido como «búsqueda» un quest ofrece, como un teatro que dejara visible la tramoya, el riguroso proceso de exploración que está en la base de todo verdadero trabajo de investigación. Y no otra cosa hace Sagastiberri en esta novela que ahora reseñamos; pero sustituyendo lo que sería una biografía real por su biografía imaginada.

Un dios ciego admite otra lectura más amplia que las propias de un género reduccionista. Su protagonista, Borja Pérez de Martingala, es un abogado penalista que ha sido tiroteado frente a la bilbaína estación de Abando. Despejar las causas de su muerte parece ser el propósito del novelista guipuzcoano, y desde luego que lo consigue. Sin embargo, al aclararse el caso, el lector acaba con la añadida convicción de saberlo todo sobre Borja; de haberse enterado, de cabo a rabo, de su patética vida… ¿Y qué otra cosa persigue una biografía que hilvanar, precisamente, la más completa radiografía del biografiado? Pródiga en etiquetas como es la literatura criminal, quizá no sería inoportuno añadirle otra para obras de este tipo: «el quest noir».

#Reseña de #UnDiosCiego, de Javier Sagastiberri @ereinargi, invitado a la mesa Costas Negras del VI Encuentro de Novela y Género Negro @bruma_negra. Realiza el análisis, Manu López Marañón, escritor y moderador de la mesa. Share on X

Y por supuesto que estamos ante una obra de calado negro, ante una investigación policial —y de las buenas—. Que nadie se asuste. En ella, los acontecimientos se diversifican a través del habitual montaje en paralelo: aquí, la fuga de un peligrosísimo asesino irlandés y, casi seguido, un crimen, confuso en apariencia, acaban confluyendo canónicamente en sus resoluciones.

Al igual que en Perversidad, Sagastiberri recurre al aristocrático barrio de Neguri para reclutar a su nuevo protagonista. El fiscalista Jacobo Macallister Olarizu es sustituido por el penalista Borja, especializado en delitos financieros de «cuello blanco»; si aquel había decidido salir del armario poco antes de morir, este resulta tener todos los vicios habidos y por haber: toxicómano, adicto al sexo, putero pródigo y adicto a las timbas de poker… Como Francis Scott Fitzgerald en sus cinco novelas, en las que bordó las caídas libres de aquellos endiosados personajes suyos de la alta sociedad norteamericana, para nuestro autor tampoco existen segundos actos en las vidas de tanto «negurítico» despeñado por el desenfreno.

Mediante la técnica narrativa del perspectivismo (no es este solo un procedimiento narrativo del siglo XX, lo es asimismo cinematográfico: recordemos cómo Orson Welles en su Ciudadano Kane componía a su héroe recurriendo a diferentes puntos de vista y que conseguía un retrato poliédrico de múltiples posibilidades según quién fuese el que lo juzgaba); mediante esa técnica tan enriquecedora, que Sagastiberri plasma en Un dios ciego gracias a múltiples entrevistas —en ellas Arantza e Itziar interrogan al grupo de personas que se relacionaron con Borja—, él consigue no solo presentarnos integralmente al asesinado, también que nos situemos frente a esos estratos sociales por los que el muerto trató de salir adelante, los mismos que lo llevaron a endeudarse, «a cruzar todos los límites y convertirse en un apestado»: su trágico final estaba anunciado.

Añadamos algo sobre el elenco de esta novela.

Tanto la indagación del fuguista Uriah Heep como la investigación del crimen del abogado son llevadas —con la eficacia que les caracteriza— por Itziar Elcoro y Arantza Rentería, dirigidas por Xabier Arcelus, el jefe de la Unidad de Investigación Criminal de la Central. Junto a Itziar y Arantza, en lo que sería una «segunda unidad» de las pesquisas, trabajan los agentes Iñigo y Jon, que tendrán destacada intervención en los capítulos finales. Agentes de la policía científica, informáticos y la unidad en delitos económicos cierran este solvente apartado del bien.

A las filas del mal las engrosa una peligrosa —y regocijante para el lector— fauna. Están aquí los irlandeses que esconden a Uriah Heep y ese gimnasio en Deusto que regentan, paraíso de los anabolizantes en cuyas taquillas se ocultan secretos inconfesables. El submundo de las timbas queda muy bien representado por Celso Echevarría, hampón de baja estofa y prestamista que suele hacer de intermediario para contactar con asesinos a sueldo. La heroína en Bilbao está ahora en manos de Sergio Arretxe, un ciego de Cuenca que controla con mano firme el negocio tras haber acabado, a sangre y fuego, con gitanos y nigerianos.

Con esta mixtura de buenos y malos, añadiendo trabajo y talento, puede salirles un cóctel tan inolvidable como Un dios ciegoPero claro, para ello hay que agitar como lo sabe hacer Javier Sagastiberrí.

Javier Sagastiberri utiliza de manera magistral el perspectivismo como procedimiento narrativo en #UnDiosCiego, una #novelanegra de lecturas amplias que #recomiendaleer José Manuel López Marañón. Share on X

Manu López Marañón, autor de Alcohol de 99º

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