En esta primera colaboración en Revista MoonMagazine, el escritor Fernando Letelier Baltierra hará que vean a los vampiros con otros ojos…

Preparen sus yugulares.

Los vampiros y la lucha de clases

Recordando a Julian Sands como un aristocrático y well-bred chupasangre en Tale of a vampire, subvaluado film de 1992 del director japonés (formado en Londres, por supuesto) Shimako Sato, vuelvo a reflexionar sobre las dos vertientes que generalmente transcurren casi paralelas en la literatura y el cine fantásticos, y que seguramente —si rasguñamos un poco más— encontraremos en todos los géneros narrativos de ficción: hay historias protagonizadas por «gente decente» (aristócratas, intelectuales, personas de clase alta o por lo menos bien educadas, que no hacen ruido al tomar la sopa y siempre levantan la tapa del excusado) y, en la otra vía, por «proletarios»: personajes sin mucho encanto, manifiestamente sucios, ignorantes, mal agestados y peor inspirados, cuyo hedor se puede percibir aun con el libro cerrado…

Los vampiros y la lucha de clases, por Fernando Letelier Baltierra. ¿Te atraen más los vampiros aristócratas de alma sufriente o tu yugular prefiere la mordida del vampiro proletario y carne de cañón? Clic para tuitear

El año antepasado tuve la suerte de ofrecer un taller sobre narrativa policial que me permitió entrar breve y tangencialmente en este tema, a propósito de las diferencias entre la «novela enigma» de la Edad de Oro británica, en las primeras décadas del siglo XX, con sus pulcros investigadores aficionados que resuelven los crímenes como un puzzle, un desafío a su brillante ingenio, y el hard-boiled norteamericano, sudoroso y sangriento, plagado de mercenarios ebrios, mujeres fatales y detectives atormentados por sus miserias materiales y espirituales…

Entre los vampiros, la divergencia se gesta ya desde el origen del género, en el siglo XIX, y se asienta con el cine, especialmente en la segunda mitad del XX. Lord Ruthven —el «vampiro original» salido en 1816 de la pluma del entonces médico, secretario y probablemente amante ocasional de Lord Byron, John William Polidori— inaugura una larga lista de nobles sufrientes que arrastran la trágica maldición, desatando los suspiros y las pasiones en el público, que los ama y lo odia al mismo tiempo, pero por sobre todo los desea…

Nombremos a algunos señeros, partiendo por el mismísimo Conde Drácula, no en la novela pero sí en muchas de sus versiones cinematográficas, donde da lecciones de elegancia y sex appeal (el entrañable Bela Lugosi, el enigmático Christopher Lee, el rudo Jack Palance, los elegantes Frank Langella y Louis Jourdan, el casi rockstar Gary Oldman, el bello y viril Gerard Butler, el contenido pero letal Claes Bang); Barnabas Collins, encarnado a fines de los 60 por el canadiense Jonathan Frid, que no era muy agraciado físicamente pero por su voz y su sólida interpretación mantuvo un nutrido fan club hasta su muerte; Angel (David Boreanaz), en el spin-off de Buffy; Tom Cruise, Brad Pitt y Antonio Banderas en Entrevista con el Vampiro, todos bellos y con mucha clase; los jóvenes de Vampire Diaries, los gélidos y despreciativos aristócratas de las sagas Blade y Underworld (recordemos las geniales caracterizaciones de Udo Kier, un vampiro recurrente, y Bill Nighy) y, obviamente, los muy pálidos y atractivos Cullen de la serie de novelas (y películas) Crepúsculo. Dejo para el final a los epítomes de la inteligencia, la belleza decadente y la elegancia vampiresca: Tom Hiddleston y Tilda Swinton, en Only lovers left alive.

Todos ellos se presentan siempre inmaculadamente limpios, bien peinados y afeitados, vestidos con ropa de diseñador, algo que siempre me ha resultado incongruente considerando que no se bañan ni se miran al espejo, y se levantan del ataúd con la misma tenida con la que se acostaron… La magia del cine, obviamente, pero también la idea subyacente de que el mal es atractivo (miremos, si no, a Kiefer Sutherland y su pandilla en Lost Boys), de que «ellos» son al fin almas sufrientes, que no son malos en realidad sino sólo se ven «obligados» a matar traicionando su tierno espíritu… El Louis de Brad Pitt y la etapa de remisión de Barnabas Collins son una buena muestra de esta engañosa postura.

Engañosa porque inevitablemente la cabra siempre tira al monte y la naturaleza despiadada del vampiro aflorará a despecho de las buenas intenciones, como ya lo advirtiera Esopo hace miles de años con la fábula del escorpión y la rana…

Por eso considero que los vampiros aristócratas y relamidos son una mentira y una desgracia para el género, porque nos llevan a suponer que el asesino tiene alguna suerte de derecho adquirido que lo faculta para matar sin culpa a los inferiores, una especie de «doble cero» social que le da inmunidad, tal como históricamente se aceptaron los abusos y arbitrariedades de nobles y monarcas porque se les consideró «superiores».

Los vampiros aristócratas y relamidos son una mentira y una desgracia para el género porque llevan a suponer que el asesino tiene el derecho adquirido que lo faculta para matar sin culpa a los inferiores. Fernando Letelier Baltierra. Clic para tuitear

Mucha gente padece del sindrome de Renfield, que —en mi humilde opinión— no se trata tanto de considerarse un vampiro «de segunda» sino de admirar (literalmente hasta la muerte) al monstruo por su fuerza, su salvajismo, su atractivo animal. Las novias de Manson, por ejemplo, o las enamoradas de Ted Bundy representan esta actitud, bastante común: «Yo soy especial para él, él me ama y no me hará daño…».

Mentira. Como a Timothy Treadwell en Grizzly Man, las bestias acaban liquidando al iluso que quiere convivir pacíficamente con ellas. Y no hablo sólo de asesinos seriales o animales salvajes: adictos contumaces, femicidas, pederastas, capitalistas ortodoxos, hay toda una colección de sociópatas que caen —y caben perfectamente— en este saco. Que juran entre sollozos que son buenos, que han cambiado pero,  porfiadamente, muy pronto el verdadero rostro vuelve a aflorar… Recuerden si no a Lex Luthor o a Oswald Chesterfield Cobblepot, la maravillosa caracterización de El Pingüino aportada por Danny De Vito.

Por eso prefiero a los vampiros «sinceros», los que no quieren vender lo que no son o que, si lo intentan, mienten mal… Vampiros feos, sucios, malolientes y desgreñados, con la sangre seca de sus últimas víctimas pegada en los andrajos… Vampiros proletarios que, como los zombies popularizados por George Romero, no pierden el tiempo en conversaciones retóricas y van directo a la yugular. Monstruos que dan miedo, que no ocultan sus intenciones y que no tienen ataúdes forrados en seda o sirvientes que, como Willie Loomis o Straker, de Salem’s Lot, se encarguen de la logística, el desayuno (recién cazado, por cierto) y el pago de las cuentas de la mansión. Que sólo poseen su sed y su sudario dignamente «salpicado de moho de cementerio», como El Fantasma de Canterville, de Wilde.

Vampiros feos, sucios, malolientes y desgreñados, con la sangre seca de sus últimas víctimas pegada en los andrajos… Vampiros proletarios que no pierden el tiempo en conversaciones retóricas y van directo a la yugular. Clic para tuitear

Ahí tenemos grandes y muchas veces anónimos exponentes, partiendo por Lucy Westenra. ¿Quién recuerda a los conversos de Salem’s Lot, entre los cuales destaca el sólido Geoffrey Lewis, o a los vampiros que asolan Barrow en 30 days of night, como la terrible Megan Franich? ¿Y a los sacrificados chupasangre de Vampires, de John Carpenter, con una muy convincente Danielle Burgio condenada a ser exterminada por James Woods y su equipo, o los muy sucios de Stakeland, con una hermosamente horrible caracterización de Heather Robb?

Esos sí que son honestos vampiros, como el Drácula novelesco o el Nosferatu de Kinski. Malos por dentro y por fuera, con cero rasgos de mentirosa humanidad, absolutamente concentrados en su trabajo: alimentarse hasta reventar matando gente, sin importar si son hermanos, hijos o nietos. Cuando la sed manda, no hay espacio para lágrimas de cocodrilo o remordimiento a la Dostoievski. Menos para preocuparse de la estética.

Me dirán que de todas maneras prefieren a Robert Pattinson, Ian Sommerhalder o —los mayores amantes de lo clásico— al impecable John Carradine. Allá ustedes. Continúen dejándose engañar y desangrar por la oligarquía. Lo que es yo, me quedo con los proletarios, con aquellos con los cuales uno sabe inmediatamente a qué atenerse y que, para su desgracia, no son más que carne de cañón (o, mejor dicho, de estaca). El maestro se guarda, obviamente, para el final, cuando no logra escaparse a último minuto. El que muere último muere mejor, con pompa y circunstancia. La chusma, mientras tanto, se achicharra al sol.

Un artículo de Fernando Letelier Baltierra

Los vampiros y la lucha de clases 8

Aunque nació en la provincia, considera el casco histórico de Santiago su lugar en el mundo. Ha sido profesor de historia y apreciación de la música, la literatura y las artes en diversas universidades e instituciones chilenas, gestor cultural, libretista y locutor de radio. El año pasado escribió el webcomic ¡¡Cerrados!!, una visión melodramática de la pandemia, aparecido en el periódico digital El Desconcierto, y actualmente publica cada semana, con el dibujante José Huichamán (Huicha), el comic Huitranalhue (que recoge una de las versiones mapuche del mito del vampiro). Espera terminar en 2021 una novela que mezcla pedofilia y abuso ritual satánico con mitología europea y del archipiélago de Chiloé. El título provisional es Oscuro tibio infierno bajo el bosque de alerces.

Diseño de la portada: David de la Torre

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