El género epistolar, hecho de recuerdos de otros tiempos, nos devuelve al mundo analógico del que procedemos. Son coros de voces que se elevan para lanzar al futuro cartas de memorias individuales y colectivas. Quiénes éramos, a quién esperábamos; barcos que navegan entre olas de cartón anegadas de nostalgia.

Cartas, epístolas: por las huellas de un género libre

Es así como se ha venido diciendo el amor.

Él marchaba a una ciudad extraña llevándose consigo un petate de incertidumbres. Ella aguardaba en un lugar que se volvía extraño, un páramo mudo, vacío.

En ese trozo de mundo esperaría, un día tras otro, un sobre blanco portador de besos y aleteos de palomas blancas.

Llegaba la carta. Abrirla era todo un ritual. Se preparaba, se cobijaba en un rincón, el sobre contra su pecho, la emoción habitada de lágrimas. El vacío se llenaba. La vida se volvía elocuente. Adentrarse en la piel de papel era citarse con el recuerdo y la imaginación y una música secreta hecha de palabras.

Las cartas han cruzado mares y atravesado bosques; caminos de baldosas negras y blancas, trincheras de aromas y besos; prosas y versos llegados de otros mundos, la letra amada en la mirada que atraviesa el sobre, la ansiedad contenida que se disuelve en cada nueva oportunidad.

Las cartas: qué decían y qué omitían. Qué anticipaban y qué ignoraban. Territorios de tinta con sabor a miel fagocitados por tiempos en los que ha dejado de correr el aire.

Diminutos escenarios destinados al olvido. La voz secreta de a dos.

«En ese trozo de mundo esperaría, un día tras otro, un sobre blanco portador de besos y aleteos de palomas blancas». Sobre el género epistolar, con la delicadeza del lenguaje poético, nos habla @marianRGK en este artículo. Share on X

Lo íntimo es un sobre perfumado

Y sin embargo, el amor, pese a quien pese, se sigue conjugando en tiempo analógico y nutriéndose de manuscritos. Expresar la felicidad, el anhelo. Lo íntimo sigue siendo templo de cartas y sobres rotos en algunos de sus extremos. El dibujo del trazo que recorrió la mano amada. Los dedos acariciantes. Las rutas imposibles del encuentro verdadero.

La carta llega y el agua se mueve. Lo que se recibe es mucho más que un sobre con algo garabateado en su interior: es el santo y seña del amante. La luz que restaura otras injusticias.

La carta convertida en tesoro guarda el sabor de lo ausente, testigo único de instantes que arrojan en quien espera minúsculas ráfagas de luz. Con ella germina, se eleva y vuela.

La memoria que apenas logra restaurar el rostro emigrado se repara con la foto redentora. Nadie tiene sus ojos ni busca otros; son los únicos que abren la puerta de su jaula.

Cuando ella tenga que escribirle, le hablará del vacío que solo logran llenar sus cartas; de esa ciudad torcida que la paloma mensajera —con su sello descolorido en el pico— endereza. Le hablará de la forma en que escucha su voz, de la sintonía callada que rasga los velos del miedo. Del olor a tinta azul y del beso que aletea en la mancha de Varón Dandy.

Quiero que sepas

Ella, sindicada a sus cartas —las únicas que ofrecen garantías en la negociación de la distancia—, le hablará de los paisajes que anhela su corazón y del color que recobra el paisaje cuando llegan. Colocará en cada letra su propio latido militante.

«Quiero que sepas que te espero con mi vida entera. Que te doy tiempo y te doy todos los atardeceres en que me estás faltando. Que no te apures, y esto lo digo contra mí, pero cuando llegues y, aunque nadie más lo haga, yo te reconoceré. Solo les pido a los días que ahuyenten las amenazas que acechan cuando llega la noche y desembarca el frío».

Hasta entonces, las cartas serán el anticipo de la dicha, el remolino de una ola de mar que arrebata. Hasta entonces seguirá buscando, ruborizada, la línea que reproduce su nombre y la raíz de cada palabra.

A la espera de ese día en que se soltará el pelo y se vestirá de domingo.

Y es así como podrá seguir diciéndose el amor.

 

Las #cartas, palomas blancas que atraviesan océanos de sentimientos. El género epistolar nos devuelve al mundo analógico del que procedemos. Un artículo de @marianRGK Share on X

 

 Marian Ruiz Garrido

Diseño de portada: David de la Torre