La serie Falcon y el Soldado de Invierno recorre caminos conocidos y seguros del Universo Cinematográfico de Marvel. Pero eso no quiere decir que carezca de personalidad, espectacularidad y un sentido extraño de la pertinencia que la hace memorable. Su primer capítulo fue un despliegue discreto de fuerza y una mirada de enorme interés sobre el mundo posapocalíptico marvelita.

Sin #spoilers: #falconandthewintersoldier. El mundo post Thanos tiene heridas que sanar, #Falcon y #Bucky no serán ajenos a ello. @Aglaia_Berlutti nos cuenta por qué hay que ver esta #serie de @MarvelStudios @disneyplus. Clic para tuitear

Primer episodio de Falcon y el Soldado de Invierno. Dos héroes, un destino

¿Tienen los superhéroes problemas mundanos? Las primeras escenas de Falcon y el Soldado de Invierno parecen estar muy lejos de esa pregunta poco usual. Pero de hecho, durante todo su primer capítulo  — titulado de manera muy apropiada «New World Order» —  es la premisa que late al fondo del argumento. Más allá de la espectacularidad de las primeras secuencias, Falcon y el Soldado de Invierno es una mirada hacia la amplitud del mundo que sobrevivió al genocidio de Thanos y que aún tiene heridas que sanar. Y aunque la espléndida introducción de casi diez minutos recuerda lo mejor del universo marvelita y en especial las películas de los hermanos Russo que tuvieron como protagonista al Capitán América (Chris Evans), la serie es un sofisticado y bien planteado homenaje al Marvel vinculado a la identidad de sus héroes. 

Falcon y el soldado de Invierno: Los héroes siempre regresan al hogar 1

De hecho, la primerísima imagen de la serie no es una explosión, un símbolo reconocible, sino la figura preocupada de Sam Wilson (Anthony MacKie) inclinado sobre una mesa de planchar. Hay una quietud simple, llana y humana en el gesto amable y cotidiano del brazo estirado, la ropa impecable, la percepción de que la realidad vuelve a avanzar hacia alguna parte. Pero por supuesto, pronto queda claro que para los personajes de la serie no todas las historias tuvieron un final feliz ni mucho menos uno satisfactorio. Sam contempla el legado que Steve Rogers le entregó entre las manos. El escudo de barras y estrellas tiene algo de mítico. Un reflejo de algo mucho más amplio que brilla en la sencilla habitación en la que el personaje se encuentra. Cuando Sam lo alza con gesto reverencial, el argumento parece meditar sobre su esencia: ¿quiénes son los sobrevivientes a una tragedia inimaginable?

Con enorme habilidad, la directora Kari Skogland responde a la cuestión pero no de inmediato. Antes, demostrará que Sam es el héroe que recordamos, pero aún más que eso, es un hombre que aprendió la lección sobre sus capacidades. La primera demostración de sus habilidades es deslumbrante, pero también narra en silencio que este hombre particular, que lleva una rara responsabilidad a cuestas, prefiere seguir siendo un héroe secundario. Uno que acude a misiones de rescate y se alza en medio de batallas que requieren su particular experiencia. Uno lleno de ingenio, capacidades y una poderosa personalidad. Sam Wilson es mucho más que el heredero de Steve Rogers y la serie se encarga de dejarlo claro de inmediato. Pero además de eso, el guion de Malcolm Spellman reflexiona en medio de los frenéticos vuelos y las precisas tomas de acción en algo concreto. Sam está impulsado por el instinto de supervivencia. Uno poderoso, concienzudo, elemental, potente y, además, necesario en una época confusa como la que le tocó vivir. 

Porque el mundo está hecho escombros. Si algo asombra de Falcon y el Soldado de Invierno es la mirada atenta sobre lo que ha ocurrido luego del regreso de los miles de desaparecidos por el genocidio de Thanos. Y si en WandaVision el relato era rápido, singular y asombroso, en la serie de Skogland es pesimista e incluso pesaroso. El retorno de los desaparecidos es parte de la trama, pero en realidad, más allá de las celebraciones y alegrías que mostraron las escenas finales de Endgame (Hermanos Russo, 2019) o la confusión temprana de Monica Rambeau (Teyonah Parris), en Falcon y el Soldado de Invierno es evidente que el impacto a largo plazo es incalculable. Hay crisis, la sensación que cada aspecto de lo humano se ha sacudido hasta los cimientos. El mundo por el que Tony Stark sacrificó la vida es una combinación de desesperanza y también confusión. Y Sam, liberado por un momento de su aura de sobreviviente, debe afrontarlo. Ya sea de pie frente al podio, en el que homenajea la memoria de Steve Rogers y deja pasar la oportunidad de tomar su legado o en su hogar natal, Sam es un hombre dividido entre la heroicidad que se le impone y también la vida común. El giro es de sorprendente emotividad y discreta sensibilidad: Sam, tío y hermano, también debe cargar sobre los hombros los problemas corrientes de un hombre cualquiera. Mucho más en un mundo en que las amenazas superan cualquier expectativa o temor. Poco a poco, la serie relata ese día después del fin del apocalipsis de Thanos y deja claro que el argumento está mucho más interesado en sus personajes que en un misterio que resolver.

Al otro lado de la balanza y el mundo, se encuentra Bucky (Sebastian Stan), que lidia como puede con el peso de su conciencia y sus culpas. El Soldado de Invierno, desprovisto de su imagen amenazante y lleno de cicatrices invisibles, es un hombre a quien el mundo sin propósito después del blip abruma a niveles enloquecedores. Su antigua identidad reaparece en sueños, para recordar que a pesar de sus grandes momentos heroicos, la crueldad del hombre que fue le seguirá atormentando. Y es Bucky, con sus silencios, su mirada atormentada, su terca necesidad de hacer el bien, la mejor encarnación de la realidad rota, de los trozos de una historia a medio contar. Como puede, Bucky intenta sobrevivir. «Tengo 106 años y la última vez que bailé fue en 1943», dice, sin sonreír, con una profunda sensación de desesperanza que contrasta con la ferocidad del hombre que vive en sus pesadillas y lleva su rostro. Cuando la terapeuta a la que debe acudir como parte de los beneficios legales de los que disfruta le pregunta qué desea, la respuesta es una: «Paz». Dice y la cámara le enfoca desde un ángulo complicado. Los trozos de la vida  — y la conciencia —  de Bucky aún luchan por integrarse entre sí.

El dúo de superhéroes todavía transita por líneas distintas del mundo. Uno mira aturdido cómo le arrebatan su legado en un símbolo impuesto de esperanza quebradiza. El otro batalla por encontrar un espacio en el cual pueda perdonarse. Por ahora, ambos deberán encontrar el camino que les lleve a unir fuerzas en la amenaza que apenas se vislumbra. Pero algo está claro: ambos son hombres que sobreviven a sus heridas y necesitan volver al mundo, incluso a este, roto a pedazos y en medio de la confusión. Quizás, la mayor promesa de la serie.

 

Un artículo de Aglaia Berlutti
Montaje de portada: David de la Torre

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