Delicioso recorrido por un escenario inolvidable: Les Charmettes. De la mano de Juan Carlos Galán.
Hace dos semanas hice, en compañía de unos amigos, un viaje por el sureste de Francia, concretamente visitamos Lyon, Annecy, Chambéry y, ya que estábamos por ahí, pasamos a Suiza para visitar Ginebra. Fue un viaje de sólo siete días pero me resultó muy satisfactorio y no sólo por la compañía —¡toda ella fantástica!— y los lugares vistos por vez primera: la ciudad de Lyon con su Casa-Museo de los Hermanos Lumière, el Museo de los Tejidos (¡espectacular!), el de la Confluencia, los pasadizos interiores (traboules) que a través de los patios de edificios colindantes permiten desde la Edad Media pasar de una calle a otra,… e incluso esos trampantojos que enlucen varias de las paredes ciegas de la localidad; también la hermosísima y coqueta ciudad de Annecy, conocida como la Venecia francesa por esos canales que vertebran la zona vieja y que en el pasado la protegían de los peligros exteriores aprovechando las aguas del lago del mismo nombre; y ya que hablamos de lagos, cómo no hablar de la hermosa localidad suiza de Ginebra a la que algunos de los viajeros retornábamos casi cuarenta años después de haber estado en ella trabajando durante dos o tres veranos estudiantiles. ¡Madre mía, qué cambiazo ha experimentado la que fue primera sede de la Sociedad de Naciones, la ciudad famosa por la fabricación de relojes, por el comercio de diamantes y piedras preciosas, por sus bancos y dineros no siempre muy legales allí depositados! Desde luego el tiempo no cesa en su continuum y aunque en el recuerdo los espacios donde corrimos experiencias gratas quedan como petrificados no es así en realidad y esta Ginebra ya no era la que yo conocí: sí, allí seguían el lago Leman, su famoso Jet d’Eau, el reloj de flores del Parque Inglés e incluso los nombres de plazas y calles (la Place de Bel Air, la Gran-Rue, la Place du Bourg-de-Four , la Rue de l’Hôtel-de-Ville…) eran los que conocí en mi juventud, pero el resto había cambiado ostensiblemente a mejor; en especial llamó nuestra atención ese ambiente de alegría en las terrazas de plazas y del entorno del lago Leman o el que bullía en los Bains des Pâquis donde por sólo 2€ pudimos darnos un chapuzón y combatir los sofocantes 29° húmedos que nos acogieron el día de nuestra visita…
Todo en este corto viaje me agradó, pero hubo algo que me emocionó especialmente. Fue la visita en la ciudad de Chambéry a Les Charmettes, la casa propiedad de Madame de Warens pero que en las guías turísticas figura textualmente como la «Maison de Jean-Jacques Rousseau».
Adéntrate con nosotros en este delicioso recorrido por la mansión y jardines que tanto influyeron en la obra de #Rousseau. #LesCharmettes, en la ciudad francesa de #Chambéry. @juancargalan Share on XLes Charmettes: Las pequeñas delicias de Jean-Jacques Rousseau
El ilustrado pensador del Siglo de las Luces Jean-Jacques Rousseau conoce a Mme de Warens en Annecy a donde llegó huyendo desde Ginebra donde había nacido en 1712. Huye porque el pensamiento libre que exhiben sus escritos no es bien admitido por la sociedad calvinista de su ciudad natal. Mme de Warens, mujer ilustrada y culta, muy del siglo XVIII, que emprendió varios negocios con desigual suerte, acoge al pensador fugitivo —doce años menor que ella— en su casa de Annecy y lo envía a Italia para que complete su ya más que elevada formación. En Milán, Rousseau se convierte al catolicismo, religión que profesaba su protectora que se había quedado en Francia. En Italia, Rousseau se interesó especialmente por la música al tiempo que sobrevivía como preceptor de niños de familias acomodadas.
De vuelta, ya en Francia, consigue un trabajo en el catastro de Chambéry y luego de profesor de música. Comienza su relación estable con Mme de Warens en 1731 viviendo juntos en el centro de la ciudad de Chambéry. Será durante los veranos de 1736 a 1742 cuando los amantes se trasladen a la residencia de Les Charmettes. Allí, en Les Charmettes, fue donde Jean Jacques Rousseau redactó parte de sus Confesiones. Es por este texto autobiográfico y también por lo que dice en sus Ensoñaciones de un paseante solitario que sabemos la enorme importancia que en su evolución intelectual tuvieron esos veranos en esta casa de campo que visité con emoción pues se conserva (todas sus restauraciones han sido siempre muy respetuosas) tal y como era durante los años que el filósofo habitó en ella.
Una casa aislada en la vertiente de un pequeño valle fue nuestro asilo, y es allí donde durante cuatro o cinco años yo disfruté de un siglo de vida y de una felicidad pura y plena…
Jean-Jacques Rousseau. Les Rêveries du promeneur solitaire. «X° promenade»
Aquí comienza la corta felicidad de mi vida; aquí aparecen los apacibles pero rápidos momentos que me han dado derecho a decir que yo he vivido. Momentos preciosos y tan añorados, ¡ah! reiniciad para mí vuestro amable recorrido; fluid más pausadamente en mi recuerdo, si es posible, no os fijéis realmente en su huidiza sucesión. ¿Cómo haría yo para prolongar a mi gusto este relato tan conmovedor y tan sencillo, para escribir siempre lo mismo sin enojar a mis lectores repitiéndoles que yo no me aburriría jamás volviéndolo a decir sin cesar? Si todo esto consistiera en hechos, en acciones, en palabras, podría describirlo y plasmarlo de alguna manera; pero cómo decir lo que no era ni dicho, ni hecho, ni siquiera pensado, pero sí probado, sí sentido, sin que yo pueda enunciar cosa alguna de mi felicidad más que el sentimiento propiamente dicho? Yo me levantaba con el sol, y era feliz; yo me paseaba, y era feliz; yo veía a mamá*, y era feliz; yo la dejaba, y era feliz; yo recorría los bosques, las colinas, vagabundeaba por los valles, yo leía, estaba ocioso, yo trabajaba en el jardín, recogía los frutos, yo ayudaba en la casa, y la felicidad me acompañaba siempre: no estaba en nada en especial, estaba dentro de mí mismo, no me abandonaba ni un solo instante.
Jean-Jacques Rousseau, Les Confessions, livre VI.
[* La relación entre los amantes dada la diferencia de edad era en ocasiones tan maternal que Jean-Jacques se refería a Mme de Warens muchas veces como «mamá», y ella a él como «pequeño»].
Este último texto de sus Confesiones es utilizado por Marcel Brion en su serie para televisión titulada La revolución romántica, serie que a principios de los años 90 fue pasada por Televisión española y que yo a lo largo de mis años como profesor he utilizado habitualmente en mis clases para explicar a los alumnos el advenimiento del Romanticismo. De ahí gran parte de la emoción que sentí al caminar por los mismos lugares que mi admirado Jean-Jacques pisó: el salón donde una chaise-longue sirve para evocar las posibles sesiones musicales al piano que allí la pareja de enamorados seguramente proponían y escuchaban, la biblioteca donde Rousseau pergeñaba sus Confesiones, el dormitorio de él, el dormitorio de ella, el comedor…; y también el exterior del edificio: en la parte de atrás un jardín a la francesa y otros jardines más salvajes, unas viñas, un campo de frutales…
Sí, desde luego, como dice este precursor del Romanticismo, es difícil transmitir por escrito un sentimiento. Si era difícil para un genio, qué no será para uno del común de los mortales, o sea, yo. Quisiera concluir marcando también la felicidad que me embargó al escuchar el trinar de los pájaros cuyos cantos llegaban hasta nosotros del mismo modo que la luz del sol que se filtraba por entre el follaje de los árboles. Quise creer por un instante que era yo quien caminaba por el bosque que, recordaba, aparece en el vídeo del académico de la Francesa, Marcel Brion, mientras una voz en off recita el texto rousseauniano: «Yo me levantaba con el sol, y era feliz; yo me paseaba, y era feliz; yo […]»
Yo me levantaba con el sol, y era feliz; yo me paseaba, y era feliz. #Rousseau en #LesCharmettes. @juancargalan. #viajes. #Chambéry. Share on X¡Qué maravillosas sensaciones, qué estupenda visita la realizada a esta casa de verano! Su nombre, Les Charmettes, podría bien traducirse al español por algo así como «las pequeñas delicias», denominación que sin duda alguna le viene como anillo al dedo.
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